CHEERLEADERS DE MADAME CLINTON

Por HERMANN TERTSCH
ABC  Viernes, 05.08.16

Puede que hasta Trump mismo vea lo inútil del esfuerzo si las diferencias se estabilizan

ESTÁ muy triunfante el periodismo de la buena conciencia a ambos lados del Atlántico porque Hillary Clinton ya supera con mucha claridad a Donald Trump en los sondeos. Y porque algunos errores graves del candidato republicano lo revelan como mucho más vulnerable que una candidata demócrata blindada por la colaboración de los poderes políticos y mediáticos. Estos disculpan u ocultan parcial o totalmente las muchas debilidades y no pocas miserias de una mujer siempre dispuesta a todo por ambición. Enfrente está el demonizado Trump, al que insultan y descalifican hasta presidentes, jefes y miembros de gobiernos extranjeros y aliados, sin que a nadie escandalicen estas injerencias. Contra Trump todo está permitido, incluida la violencia en sus mítines, atroces manipulaciones en televisiones y periódicos que han perdido toda vergüenza y honra en esta campaña y hasta el grotesco recurso de tacharlo de agente de Moscú. Claro que Trump ha ayudado mucho a sus enemigos. Su perfil y carácter impide que sus asesores le frenen en uno de sus rasgos más valorados por sus seguidores que es también su perdición: ese decir lo que piensa. Exactamente lo que jamás haría Hillary Clinton. Por eso Trump da casi una conferencia de prensa en cada ciudad que visita y Clinton lleva sin aceptar preguntas sin preparar desde diciembre pasado. Ni los asesores de Trump, ni su familia ni un Partido Republicano pacato son capaces de reconducir y economizar su energía y la refrescante pero letal manía de decir lo que piensa sin reparar en consecuencias o efectos. Así cae en fatales situaciones de nula empatía e inteligencia emocional, como con los padres del soldado condecorado musulmán.
Para quienes como Clinton jamás dicen lo que piensan y siempre solo lo que creen en cada momento que les conviene que escuchen los demás, lidiar con Trump ha sido mucho más difícil de lo que pensaron en un principio. Porque desde esa nube de la arrogancia «progresista» en que está subido el obamismo no han sabido calcular lo harta que está de mentiras, no la clase obrera blanca como dicen, sino una clase media literalmente atracada y arrollada por los cuadros ideológicos del presidente más dañino para la cohesión norteamericana y la seguridad de Occidente. Es posible que la suerte esté echada y que el vértigo ante los peligros de Trump, los reales y los inventados por las fuerzas apiñadas en torno a su rival, den una victoria clara a Clinton. Puede que hasta Trump mismo vea lo inútil del esfuerzo si las diferencias se estabilizan. Con Clinton llegaría así una profesional al poder. Con rutina en el mando, mejor hablada que Trump, pero no con más escrúpulos. Y con mil cadáveres en armarios por todo el mundo.

Como dice el gran Clint Eastwood en una memorable entrevista en «Esquire», el propósito de continuar la labor de Obama equivale a una amenaza. Nadie había dividido a la sociedad norteamericana como el «pico de oro» –ni una mala palabra ni una buena acción–, que ha hecho triunfar en EE.UU. el discurso del resentimiento y la beneficencia, la sumisión y la dependencia, todas esas maldiciones europeas. Un puntual triunfo electoral del proyecto socialdemócrata en EE.UU. con Obama/Clinton no frenará su fracaso en el mundo. En todo Occidente, donde respiran aliviados quienes ven a Clinton como dama protectora de vicios comunes, confluyen ahora inmensos retos que exigen el fin de la mentira. Es posible que Trump por su carácter y su perfil sea un peligro. Pero nadie dude de que la reafirmación en el juego de la hipocresía y la ocultación de Clinton y Obama conlleva un peligro no menor. Para la cohesión de la sociedad norteamericana y para la seguridad común occidental.
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